Content area
Full Text
Introducción
Se han cumplido en 2016 treinta años de la primera aparición de La ciudad de los prodigios- cuarta novela, de 1986, y segundo gran y ambicioso proyecto narrativo individual de Eduardo Mendoza-, una obra cuya dimensión realista se marca desde el mismo paratexto titular (Villanueva 190) y que, con razón, la crítica ha definido como relato urbano e histórico por su condición de retrato básico de la capital catalana entre el siglo XIX y XX, si bien no debe perderse de vista que este dibujo de la evolución de la ciudad barcelonesa se vincula profundamente también al desarrollo vital del su personaje principal:
El año en que Onofre Bouvila llegó a Barcelona la ciudad estaba en plena fiebre de renovación [...] Después la gente al hacer historia opinaba que en realidad el año en que Onofre Bouvila desapareció de Barcelona la ciudad había entrado en franca decadencia. (Mendoza 31 y 463)
Son estas las frases inicial y final de una obra que, más allá de pretender resumir en forma literaria todo el conjunto de acontecimientos sucedidos en Barcelona y a Bouvila entre las dos Exposiciones Universales de 1888 y 1929, mencionan y entrelazan significativamente las vidas de la ciudad y del personaje (Valles 2006, 14), a la vez que actúan, en su condición de apertura y cierre del relato, no solo enmarcando el nudo o medio de la acción narrativa, sino orientando prospectiva y retrospectivamente el sentido de la interpretación que respectivamente va a hacer o ha hecho el lector: del crecimiento a la decadencia de una ciudad, pero siempre en relación a la llegada y desaparición de un hombre.
La ciudad de los prodigios se alza por ello, y por otras muchas razones, como un excepcional mosaico narrativo absolutamente idóneo para estudiar no solo el funcionamiento del espacio sino asimismo los papeles y facetas del personaje narrativo, objeto central de este artículo.
Papeles y facetas de los personajes de La ciudad de los prodigios
Uno de los elementos definidores de esta novela de Mendoza en el que ha coincidido prácticamente toda la crítica, si bien desde distintas perspectivas y resaltando diferentes rasgos, es en su condición de novela postmoderna (Garino-Abel 1996, 135-37; 1998, 241; Giménez Micó 67; Navajas 40-7; Saval 2003, 31-6; Valles...