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I.
CREO que con independencia de la importante atención crítica que ya ha generado,1 la poesía de Luis García Montero (Granada, 1958) está reclamando en estos momentos un balance más detenido que refleje el estado de la cuestión en torno a la lírica española de las dos ultimas décadas y al lugar de privilegio que dentro de ésta ocupa una obra como la suya. Sobre todo cuando ya es un hecho que algunos libros recientes de autores más jóvenes2 comienzan a marcar un rumbo distinto respecto a la estética hasta ahora dominante, mayoritariamente conocida como "poesía de la experiencia" o "poesía figurativa",3 y a cuya consolidación contribuyó de manera muy principal la figura del poeta granadino.
Comenzaré apuntando que probablemente deba considerarse a García Montero el autor más importante de su generación. Consideración esta que no se justifica tan sólo por la calidad y repercusión de su obra poética, sino por la soudez teórica además con que ha sabido acotar desde un principio el territorio de sus intenciones y necesidades literarias, señalando de esta manera el itinerario por donde iba a transitar lo mas significativo de la poesia española de los últimos años. No debe extrañar, por tanto, el hecho de que las consultas de una reciente muestra antológica -El último tertio del siglo. Antología consultada de la poesía española (1998)-4 coloquen a García Montero en el primer lugar de las preferencias de los críticos y especialistas encuestados. Su condición de poeta "necesario", según lo define José Carlos Mainer en el prólogo a dicha antología, lo convierte sin duda en el "más representativo de un tiempo y el que más convincentemente ha sabido ponerlo por verso" (38).
Los ochenta: panorama poético de una décoda
Si "cada tiempo de dudas necesita un paisaje", como asegura Luis García Montero en uno de sus versos, creo que la joven poesía española de comienzos de los ochenta era exactamente eso: un paisaje de dudas, de múltiples direcciones y tendencias.5 Por un lado, la estética ruptural y culturalista de la generacine0o153in anterior, la de los primeros novísimos, alumbradora de libros tan renovadores y significativos como Arde el mar (1966) y La muerte en Beverly Hills (1968), de Pere Gimferrer, o Dibujo de la muerte (1967), de Guillermo Carnero, había ido...