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I
Algunos meses atrás, fabriqué una mesa. Me tomé el tiempo de lijar todas las imperfecciones, redondear las esquinas y vitrificar la superficie. Una vez acabada, la llevé a mi habitación. Vivo en una casa vieja en uno de los barrios tradicionales de Denver. En sus más de cien años, esta casa ha tenido varias remodelaciones que la han dejado con algunos espacios peculiares. Uno de ellos es un recoveco largo y angosto que da a una pequeña ventana en mi habitación. Es lo suficientemente alto como para que yo pueda estar de pie ahí dentro, pero no mucho más; tendrá quizás dos metros de largo. Por años no supe qué hacer con él, hasta que decidí transformarlo en un rincón de escritura. A la mesa le añadí un pequeño librero y una lámpara. El lugar era acogedor y, más importante aún, uno de los pocos rincones en casa donde no había conexión a Internet. Sin embargo, hago clases en una ciudad cercana, y entre obligaciones familiares y laborales, escasamente pasé un día en mi nuevo escritorio. Hasta que llegó la pandemia. En marzo de este 2020, me encontraba en Chile, a la espera de que se me unieran mi mujer y mi hijo, cuando la conciencia de que esta vez iba en serio, de que esto no era un tiro de salva como el 2003 o el 2009, nos golpeó de pronto a todos. Italia cerraba regiones enteras; España entraba en cuarentena total. Los vuelos desde y hacia Chile empezaban a ser cancelados. Me vi obligado a abandonar compromisos y tomar uno de los últimos aviones de vuelta a casa. Cuando llegué, me encontré con un país presa del pánico. Productos como el papel higiénico o la comida enlatada habían desaparecido de los supermercados; las ventas de armas se habían disparado; las escuelas suspendían las clases y trataban de ingeniárselas para terminar el año escolar. Aliviado de estar entre los míos otra vez, pensé que quizás el confinamiento que se veía venir me permitiría, por fin, terminar el libro sobre José de Acosta en el que trabajo desde hace algunos años. No tenía que volver a hacer clases hasta agosto; podría sortear la pandemia en mi rincón que, ahora sí, iba a poder utilizar....