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Escribía Gertrude Stein un conjunto de textos en los que se desnuda la apariencia de los significados. Y digo bien, apariencia de los significados, porque el lenguaje es siempre un modo de acceso a lo real (sea lo que sea lo real, sea lo que sea el lenguaje) que no logra entrar en la médula misma de vivir. De ahí que una y otra vez, cada generación se vea impelida a escribirse, a preguntarse, a decirse (y desdecirse) ante la imposibilidad de agotar el terreno de sombras en el que caminamos.
Pero, ¿qué palabras brotan en el mismo ojo del huracán, en el derrumbe estrepitoso de cualquier apariencia? La pandemia global nos ha colocado justamente ahí, en un lugar sin certeza ni asideros, sin la convicción (más o menos estable) de que podemos acceder a ciertas formas de lenguaje sobre lo vivido. En relación con ello, estos meses me están resultando particularmente sombríos. Hubiera querido escribir "me han resultado" pero no hay modo de utilizar el pasado (no hoy, 2 de septiembre de 2020, a las 2 horas y 20 minutos del día), ni si quiera aunque el sol y las noticias quieran desmentirnos.
Como personas entregadas al estudio de los libros, el encierro no tenía por qué resultarnos ajeno. Eso creían mis vecinos, mi familia, eso creía yo misma. Pero no es así. Descubrí una verdad latente a la que no había debido enfrentarme aún: un libro jamás es una experiencia de confinamiento porque...