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En cualquier referencia que se haga al teatro áureo, éxito y popularidad resultan muchas veces atributos indiscutibles. Sin embargo, no es menos cierto afirmar que este no gozó de estimación por parte de todos, sino que fue en repetidas ocasiones motivo de controversia. Bien lo demuestra el volumen de Emilio Cotarelo y Mori, Bibliografía de las controversias sobre la licitud del teatro en España, que continúa siendo obra de referencia para revisar las posturas particulares, las disposiciones oficiales o todo tipo de textos (muchos anónimos) a favor y en contra de las comedias.
Ya en 1534 contamos con la primera disposición legal relativa al teatro profano que atañe al traje de los comediantes (Cotarelo y Mori 17). A finales de ese mismo siglo se prohíben las representaciones durante un año. Durante el siglo XVII, por su parte, se sucederán los decretos de reformación, las ordenanzas y diversas instrucciones que refieren al hecho teatral, así como importantes juicios de moralistas que, si bien en un principio dedicaban pasajes de sus libros a tratar la cuestión, acabaron por redactar discursos enteros para reflexionar sobre la pertinencia o no de las comedias y todo lo que las rodeaba (Cotarelo y Mori 21).
Es el período de mediados de este siglo en el que me interesa centrarme ahora. En 1644 contamos con unas ordenanzas del Consejo de Castilla que proponen una serie de condiciones para la representación de comedias que, entre otras cosas, solicitan que los trajes sean moderados, que las mujeres no se vistan de hombres, que la materia tratada sirva de buen ejemplo para el público -y que, por tanto, se prohibiesen las representadas hasta entonces, «especialmente los libros de lo Lope de Vega»)-, etc. (Cotarelo y Mori 164-165). Dos años más tarde, en 1646 (y tras la subida de precio de la entrada a la comedia en 1645), se decreta por orden real suspender las representaciones en señal de luto por la muerte del príncipe Baltasar Carlos.1 El Consejo de Castilla formuló una consulta al rey Felipe IV en 1648 para autorizarlas de nuevo, a pesar de que hubo miembros que dieron ese mismo año un parecer contrario. El rey las fue permitiendo paulatinamente «hasta que en 1650 las toleró abiertamente» (Cotarelo y Mori 169).
Además...